miércoles, 27 de agosto de 2025

Teoría de la relatividad de Einstein

Mirá, te la voy a tirar corta pero al hueso, así como la entendí yo, porque la teoría de la relatividad de Einstein, aunque suene re científica, posta que es como la calle: todo depende de dónde estás parado y cómo lo mirás.


Imaginate que estoy yo, el Héctor, tirado en la plaza, mirando a los pibes correr. Para mí, el tiempo ahí va tranqui, ¿viste? El reloj parece dormido. Pero si vos te subís a un auto y salís a fondo por la ruta, el tiempo para vos no corre igual que para mí que estoy quieto. Es como cuando estás en cana: adentro las horas son eternas, pero afuera, para los demás, los días vuelan. Eso es la relatividad, pa: el tiempo no es el mismo para todos, depende de cómo te movés.


Einstein decía que el espacio y el tiempo no son dos cosas separadas, sino una sola: espacio-tiempo, como si fuera una sábana gigante. Y esa sábana se estira y se dobla según la masa que tenga encima. Es como cuando la gorra cae al barrio con los chalecos y las escopetas, ¿viste? Ahí todos se corren y el piso se siente distinto. Bueno, los planetas y las estrellas hacen lo mismo: su peso curva el espacio-tiempo, y por eso la gravedad existe.


Te tiro otro ejemplo tumbero: poné una pelota pesada en una frazada y después tirá una bolita cerca. La bolita va a rodar hacia la pelota grande, ¿no? Bueno, ahí tenés cómo funciona la gravedad según Einstein: no es que la pelota grande chupe la bolita… es que la frazada, que es el espacio-tiempo, se deforma y la bolita simplemente sigue la curva.


Y hay otra cosa, guacho: la velocidad de la luz. Para Einstein, no hay nada, pero nada, que pueda ir más rápido que la luz. Esa es la ley máxima, como la más pesada del pabellón: manda y nadie la pasa. Si vos te movés cerca de esa velocidad, el tiempo para vos empieza a ir más lento. Re loco, ¿no? Imaginate que te vas en una nave que viaja casi a la velocidad de la luz y volvés después de 5 años… para vos pasaron 5, pero acá en la Tierra capaz pasaron 50. O sea, podés ver a tus nietos más viejos que vos.


Y eso te hace pensar, loco… capaz que la relatividad no es solo ciencia, también es vida: el tiempo no es igual pa’ todos. Hay guachos que se consumen los años en un suspiro, otros que sienten que cada día es una eternidad. Todo depende de cómo te muevas, de dónde estés y de lo que lleves encima.


Así que nada, guacho… Einstein era alto pillo: agarró fórmulas, relojes y estrellas, y te dijo que la realidad no es fija, que todo se dobla, que todo se estira, que el tiempo y el espacio son como el barrio: cambian según dónde te pares y qué tan rápido corras. Y eso, pa’, me vuela la cabeza.




 

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 (c) Héctor A. Palavecino 

Historia del apellido Palavecino, Capítulo 3: El feudo y la alianza imperial







 (c) Héctor A. Palavecino 

Historia del apellido Palavecino: Introducción







 (c) Héctor A. Palavecino 

Que será el tiempo?

  El tiempo, guacho… ese sí que es el verdadero patrón del juego. Ni la gorra, ni el juez, ni la calle… el que manda de verdad es el tiempo. Y lo loco es que no lo ves, ¿entendés? No hace ruido, no grita, no pide permiso. Te va comiendo de a poquito, como humedad en la pared del rancho… cuando te querés dar cuenta, ya te hizo bolsa todo.

Yo me acuerdo cuando era pibe, allá en el barrio, que pensaba que las noches duraban para siempre. La esquina, los pibes, la birra tibia, el parlante reventando cumbia… la vida era ahora, no existía el mañana. Y en ese flash te creés invencible, te pensás que sos inmortal. Pero el tiempo, hermano… el tiempo es un verdugo silencioso. Te deja jugar un rato y después te pasa la factura, y esa boleta no la podés gambetear.


Antes corría como si el reloj fuera mi enemigo, quería quemar etapas, hacer todo rápido, no dormir… y ahora entiendo que el tiempo no se gana ni se pierde: se vive o se desperdicia. Y yo, guacho, desperdicié un montón. Personas que dejé ir por orgullo, abrazos que no di por hacerme el duro, palabras que guardé como si fueran balas… y ahora, ¿sabés qué? No vuelven más. Porque el tiempo no es como la calle: en la calle, si te equivocás, capaz tenés revancha… pero el tiempo no te da segundas vueltas.


El tiempo te enseña a valorar lo que tenés. Los pibes de la esquina ya no están todos; algunos se fueron, otros cayeron, otros cambiaron de vida. Y vos ahí, con los recuerdos clavados como tatuajes en la mente. Entendés que lo único que te queda son las historias, las risas, las miradas que ya no están. Y ahí aprendés la lección: el tiempo no se guarda, se gasta… pero mejor que lo gastes en lo que importa.


Hoy me doy cuenta que el tiempo es como el barrio: si no lo respetás, te deja afuera. Si no cuidás lo que amás, si no decís lo que sentís, si no hacés lo que soñás… un día te levantás y ya es tarde. El tiempo no espera, no negocia, no tiene códigos. Es la gorra más dura que existe.


Así que si querés a alguien, decíselo ahora, no mañana. Si extrañás, buscá. Si soñás, jugátela. Porque el reloj no para, hermano, y la vida no es un ensayo. Cada minuto que dejás pasar es un recuerdo que nunca vas a tener. Y cuando te das cuenta de eso… es porque ya perdiste demasiado.


El tiempo, guacho… es el único que siempre gana. Y vos decidís si lo dejás pasar de largo o si te subís a su tren y lo hacés valer. Porque al final, cuando bajen las luces y se apague todo, lo único que te queda es mirar atrás y saber que no dejaste las horas tiradas en la vereda.







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